miércoles, 31 de julio de 2013

Café caliente en la playa, gitanos y un casino. Viña del Mar I


I












































El estero Marga Marga atraviesa la ciudad chilena de Viña del Mar de oriente a poniente. Sele puede cruzar casi a cualquier altura gracias a los numerosos puentes que pasan sobre las aguas verdosas del estero en las que parvadas de gaviotas dominicanas nadan y pescan junto a los patos. Mi recorrido comienza en uno de estos puentes pintados de azul celeste, a la altura de la calle Villanelo. Banderas negras ondean a todo lo largo del puente y en otros puntos de la ciudad. Las han colocado comerciantes apoyados por la municipalidad de Viña del Mar en protesta por la inminente privatización del Casino Municipal que según sus defensores representa el 50% de los ingresos municipales. La modificación a la Ley de Casinos de Chile provocaría que comunas como Iquique, Puerto Varas, Puerto Natales, Coquimbo, Arica y Viña del Mar perdieran gran parte de sus ingresos actualmente utilizados para proveer de salud y seguridad. Caminando en dirección precisamente al Casino Municipal se encuentra la Plaza México, un pequeño e impecable parque cuyo mayor atractivo es una fuente de agua cristalina que surge a borbotones del centro y cae poco a poco desde cuatro plataformas dispuestas a diferente altura cada una. La plaza recibe su nombre por haber sido donada por el gobierno mexicano en marzo de 1995. En el extremo contrario a la fuente se halla una escultura que incluye el rostro de Alfonso García Robles, diplomático mexicano ganador del premio Nobel de la Paz por, entre otras cosas, haber logrado el Tratado de Tlatelolco que prohibió en América Latina el uso de armas nucleares. Debajo de su rostro se observa una placa con las palabras del diplomático acerca del tratado: “es un ejemplo que América Latina ofrece al mundo de su vocación pacifista y su repudio inequívoco a todo tipo de armamentismo en la región”. Uno no puede dejar de pensar en las dictaduras militares, en los golpes de estado y en guerras como la que azota a México desde hace seis años.



El Casino Municipal de Viña del Mar, ese por el que comerciantes y habitantes en general han tapizado las calles de la comuna viñamarina con banderas negras exhibe su majestuosidad más adelante. No sólo su tamaño y su lujosa fachada dan cuenta de la gran cantidad de dinero que representa el inmueble, a sus puertas se exponen dos autos de lujo y anuncios que advierten la rifa diaria de dos Mini Coopers. Del otro extremo del Casino está el Hotel del Mar cuya administración también ha cambiado las banderas de Chile y Viña del Mar por banderas negras. Desde el Casino Municipal uno puede dirigirse al norte hacia la playa de Acapulco o al Sur hacia la playa de Caleta Abarca. Curiosamente el camino hacia el sur no es de bajada sino de subida y cada paso que se da regala una mejor vista de la costa chilena y el océano Pacífico. Vale la pena detenerse cada cierto tiempo y asomarse a ver las olas rompiendo contra las rocas, las gaviotas pescando e incluso lobos marinos nadando en las frías aguas que rodean al Castillo Wulff que nació como un chalet de piedra mandado a construir por Gustavo Adolfo Wulff y que posteriormente, en 1916, sería adaptado como castillo por el arquitecto Alberto Cruz Montt. Si uno sube a un mirador que se encuentra dentro del castillo se puede observar desde Valparaíso al sur hasta Concón al norte, prácticamente se domina toda la costa de Viña del Mar. A estas alturas del camino hace falta descansar y la playa de Caleta Abarca es un buen lugar.
 


Las reglas dicen que se prohíbe ingresar y bañar animales en la playa pero eso nada les dice a los perros sin dueño, los perros que aquí más que callejeros deben llamarse playeros. Los perros, todos de gran tamaño y largo pelaje retan a las olas desde las rocas donde rompe el mar o les ladran desde la arena. Comparten la playa con una decena de grupos de personas, la mayor parte parejas, el resto, familias, madres con sus hijos, un viejo pescador y un barman joven que practica sus trucos sobre la arena con la seguridad de que en esa superficie no romperá ninguna botella por más que se le caigan una y otra vez. Caleta Abarca es una playa, pero se ubica lo suficientemente lejos del Ecuador como para cambiar los bikinis, las sandalias y los pareos por chamarras, gorros y bufandas. Además aquí, en el hemisferio sur, es invierno y la promoción del único café abierto en las inmediaciones de la playa no incluye cervezas frías o helado sino café caliente y un sándwich tostado. Caleta Abarca se parece a la playa de Acapulco, aunque ésta última no se parece en mucho a su homónima mexicana. En el Acapulco de Viña del Mar el sol no calienta y a penas quema. La arena es fría y el viento fuerte. Para llegar a ella debemos volver a andar el camino y regresar al Casino Municipal. Los alrededores del famoso edificio se ven más poblados a medida que avanza la tarde. Los jóvenes practican con su patineta, las abuelas juegan con sus nietos en el parque y han llegado también los gitanos, peculiares habitantes de este lugar que tienen fama de aprovecharse de los peatones, sobre todo de los extranjeros. “Toma una carta amigo, te digo tu suerte, con confianza ¿de dónde eres? Ah, México, lindo país, conozco Guadalajara. A ver, te voy a dar un amuleto, tómalo, apriétalo con tu mano, ahora saca un billete. ¿Sin billetes? Bueno, una moneda”. Son capaces de extender el diálogo y seguirte el paso hasta el final de la avenida o hasta que advierten la presencia de chilenos que recomiendan al visitante pasar de largo sin hacerles caso. “No, tu camina y ya po, te van a dejar en pelotas”. Uno aprieta el paso, el 
gitano se rinde y arroja una maldición “sobre ti, sobre tu familia y tu país”. Sorteado el obstáculo de los gitanos no queda más que disfrutar de la puesta del sol en la playa, lo único que esperan las pocas personas que aún se encuentran recostadas en la arena y que en cuanto el sol sea consumido por las frías y azules aguas del Pacífico chileno se irán a sus casas a tomar la once, comida chilena que se sirve de las cinco de la tarde a las ocho de la noche aproximadamente y que consiste en una bebida caliente, té o café y un pedazo de pan o algo similar.

                                     


 

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