El estero Marga Marga atraviesa la ciudad chilena de Viña del Mar de oriente a poniente. Sele puede cruzar casi a cualquier altura gracias a los numerosos puentes que pasan sobre las aguas verdosas del estero en las que parvadas de gaviotas dominicanas nadan y pescan junto a los patos. Mi recorrido comienza en uno de estos puentes pintados de azul celeste, a la altura de la calle Villanelo. Banderas negras ondean a todo lo largo del puente y en otros puntos de la ciudad. Las han colocado comerciantes apoyados por la municipalidad de Viña del Mar en protesta por la inminente privatización del Casino Municipal que según sus defensores representa el 50% de los ingresos municipales. La modificación a la Ley de Casinos de Chile provocaría que comunas como Iquique, Puerto Varas, Puerto Natales, Coquimbo, Arica y Viña del Mar perdieran gran parte de sus ingresos actualmente utilizados para proveer de salud y seguridad. Caminando en dirección precisamente al Casino Municipal se encuentra la Plaza México, un pequeño e impecable parque cuyo mayor atractivo es una fuente de agua cristalina que surge a borbotones del centro y cae poco a poco desde cuatro plataformas dispuestas a diferente altura cada una. La plaza recibe su nombre por haber sido donada por el gobierno mexicano en marzo de 1995. En el extremo contrario a la fuente se halla una escultura que incluye el rostro de Alfonso García Robles, diplomático mexicano ganador del premio Nobel de la Paz por, entre otras cosas, haber logrado el Tratado de Tlatelolco que prohibió en América Latina el uso de armas nucleares. Debajo de su rostro se observa una placa con las palabras del diplomático acerca del tratado: “es un ejemplo que América Latina ofrece al mundo de su vocación pacifista y su repudio inequívoco a todo tipo de armamentismo en la región”. Uno no puede dejar de pensar en las dictaduras militares, en los golpes de estado y en guerras como la que azota a México desde hace seis años.
El Casino
Municipal de Viña del Mar, ese por el que comerciantes y habitantes en general
han tapizado las calles de la comuna viñamarina con banderas negras exhibe su
majestuosidad más adelante. No sólo su tamaño y su lujosa fachada dan cuenta de
la gran cantidad de dinero que representa el inmueble, a sus puertas se exponen
dos autos de lujo y anuncios que advierten la rifa diaria de dos Mini Coopers. Del
otro extremo del Casino está el Hotel del Mar cuya administración también ha
cambiado las banderas de Chile y Viña del Mar por banderas negras. Desde el Casino
Municipal uno puede dirigirse al norte hacia la playa de Acapulco o al Sur
hacia la playa de Caleta Abarca. Curiosamente el camino hacia el sur no es de
bajada sino de subida y cada paso que se da regala una mejor vista de la costa
chilena y el océano Pacífico. Vale la pena detenerse cada cierto tiempo y
asomarse a ver las olas rompiendo contra las rocas, las gaviotas pescando e
incluso lobos marinos nadando en las frías aguas que rodean al Castillo Wulff
que nació como un chalet de piedra mandado a construir por Gustavo Adolfo Wulff
y que posteriormente, en 1916, sería adaptado como castillo por el arquitecto
Alberto Cruz Montt. Si uno sube a un mirador que se encuentra dentro del
castillo se puede observar desde Valparaíso al sur hasta Concón al norte,
prácticamente se domina toda la costa de Viña del Mar. A estas alturas del
camino hace falta descansar y la playa de Caleta Abarca es un buen lugar.
gitano se rinde y arroja una maldición “sobre ti, sobre tu
familia y tu país”. Sorteado el obstáculo de los gitanos no queda más que
disfrutar de la puesta del sol en la playa, lo único que esperan las pocas
personas que aún se encuentran recostadas en la arena y que en cuanto el sol
sea consumido por las frías y azules aguas del Pacífico chileno se irán a sus
casas a tomar la once, comida chilena que se sirve de las cinco de la tarde a
las ocho de la noche aproximadamente y que consiste en una bebida caliente, té
o café y un pedazo de pan o algo similar.
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