miércoles, 19 de marzo de 2014

¡Despídete de tu verga violador de mierda!


Arturo Ilizaliturri
México, D.F. 18 de marzo

“Primero le vamos a escribir, le vamos a hacer como una especie de vudú escrito”, se apresuró a decir la mujer con el micrófono y la máscara de luchador para tratar de calmar los ánimos de quienes querían quemarlo ya. Con menos ímpetu, dos o tres mujeres y un hombre mayor se acercaron a escribir sobre su cuerpo: No lo lograste, Yaki está viva, Violador. “Nosotras le escribimos Estado en el pene porque creemos que el feminicidio es un crimen de Estado, el Estado legitima todo esto” explicará minutos más tarde una de las jóvenes que empuñó el plumón.


Después lo apalearon. Con un palo de escoba lo golpearon. Primero en la cabeza y en el torso. -¡Abajo! ¡Abajo!- Se desgarró su piel de cartón. Una mujer vestida de negro le soltó varios golpes, de manera frenética, casi sin tomar impulso. Cuando cayó al piso, otra mujer se abalanzó sobre él y le clavó unas tijeras en el rostro. Lo quemaron. La llama creció y la mujer del micrófono y la máscara de luchador recogió el pene que había salido volando en la golpiza. Lo acercó al fuego y una vez en llamas lo depositó sobre los restos del muñeco de cartón que representaba a Miguel Ángel Ramírez Anaya, el violador de Yakiri Rubí Rubio Aupart, y quien, al tratar de asesinar a su víctima, terminó sin vida gracias a que Yakiri se defendió.


“Luis Omar, cuida tu yugular” le advirtieron las y los manifestantes al hermano del violador muerto. No lo dijeron como una mera consigna sino como una real amenaza pues Luis Omar Ramírez Anaya sigue en libertad aunque, según la versión de Yakiri, colaboró en el secuestro y la violación. Eso explica la tensión en el ambiente. La desconfianza de muchas mujeres que han preferido tapar sus rostros, o la de aquella que iba imprimiendo con pintura naranja, huellas de zapato por la calle Doctor Liceaga. “Estamos marcando el camino que recorrió Yakiri, del metro Doctores al Hotel Alcázar donde fue llevada por sus violadores” declaró sin dar lugar a más preguntas. Menos de cincuenta mujeres marchan en la boca del lobo.

En alguna de las varias marchas convocadas por el Movimiento por la Paz Con Justicia y Dignidad, Javier Sicilia tuvo que contener la rabia de los asistentes que llegaron a gritar “¡Muera Calderón!” Lo mismo tuvo que hacer en junio pasado el activista Daniel Gershenson durante la manifestación a cuatro años del incendio de la Guardería ABC cuando la F de “¡Fuera!” se transformó rápidamente en una M. Pero el domingo 10 de marzo en la colonia Doctores no hubo nadie que contuviera la furia de las mujeres.

El grito de “¡Despídete de tu verga violador de mierda!” alternaba con una consigna que, primero seria y combativa decía “¡Ni una más!” y luego, burlona y altiva terminaba “¡Uno menos!” en alusión a la muerte del violador de Yakiri. El sonido de fondo: un tambor que se mantuvo constante, como latidos de un corazón herido que hierve sangre.

Llega el momento en el que uno se pregunta si lo que ve y escucha ha traspasado el límite de la protesta y entrado en la categoría de apología de la violencia. Nada más equivocado. Para comprender del todo la furia de las manifestantes hay que ponerse en los zapatos de muchas de ellas que seguramente forman parte del 76% de los y las jóvenes que ha sufrido agresiones psicológicas durante el noviazgo. Una de ellas, de hecho, lo admite brevemente en entrevista al preguntársele por qué se sumó a la movilización. “Yo he sufrido violencia”.

Hay que ponerse en los zapatos del 46.1% de las mujeres mayores de 15 años que alguna vez ha sido agredida en su relación de pareja, según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2011. Para poder compartir la indignación de las mujeres hay que conocer el caso de Lucero, la joven guanajuatense que denunció maltrato físico por parte de un hombre con el que se negó a tener sexo y al que recién esta última semana un juez se ha atrevido a investigar.

Nestora Salgado, líder de una policía comunitaria en Guerrero, no ha corrido con la misma suerte de sus homólogos hombres en Michoacán y se mantiene encerrada en la cárcel. Rosa López Díaz es una completa desconocida. Indígena originaria de Chiapas, compartió prisión con el profesor Alberto Patishtán pero su caso ocupó aún menos espacio en los medios. Gabriela Sánchez López, protectora de mujeres agredidas en el Estado de México, sufrió un atentado la semana previa al Día Internacional de la Mujer. El ex gobernador de la entidad número uno en feminicidios se convirtió en presidente de México y el alcalde del municipio número uno en violencia contra la mujer se convirtió en gobernador del Estado de México.


Sólo conociendo lo anterior y poniéndose en los zapatos de las mujeres mexicanas es posible comprender a cabalidad la “agresividad” de las manifestantes que rompieron el silencio del domingo 10 de marzo en la colonia Doctores para hacer una clara advertencia: “Nunca más un golpe asestado contra nosotras. Nunca más una vida arrancada, una gota de sangre robada. Pues si alguna sangre correrá será la suya, sangre-guerra derramándoles la muerte y la nuestra, sangre-luna rebrotándonos la vida.”

@a_ilizaliturri

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