Viña del Mar, Chile 28 de noviembre.- Hace 40 años la geografía de Chile cambió de golpe. El
desierto se volvió una tumba, el mar fosa común. Donde había escuelas se
improvisaron cárceles, los estadios de futbol se convirtieron en centros de
tortura, y una antigua oficina salitrera funcionó como campo de concentración. Cuatro
décadas después los sobrevivientes del campamento de prisioneros políticos más
grande de la dictadura se reunieron precisamente ahí, en los restos del campo
de concentración de Chacabuco, para hacer memoria, para que no se olvide.
I
El
desierto necesita sangre
El 24 de octubre de 1973 una comisión de la Federación
Internacional de Futbol Asociación (FIFA) recorre la cancha del Estadio
Nacional en Santiago de Chile. Lo saben pero no les importa. A unos metros, en
los túneles y vestidores del estadio se amontonan cientos de presos políticos,
todos ellos torturados.
“Nos tuvieron encerrados sin comer, sin salir, ni nada
mientras los inspectores de la FIFA estaban en el campo diciendo que todo
estaba bien. Nos quedamos encerrados en los vestidores. En lugares que son para
15 o 20 jugadores dormimos 70 u 80”. Humberto Figueroa fue uno de los 736
presos que entraron por primera vez al campo de concentración de Chacabuco tras
ser desalojado el Estadio Nacional.
El recinto deportivo debía lucir como nuevo, como si en
él jamás se hubiera torturado ni asesinado, antes del partido de repechaje para
el mundial de Alemania 74 entre Chile y la Unión Soviética. “Ya después cuando
se iba a jugar el partido tuvieron que desalojar el estadio y ahí nos trajeron
en tremenda caravana de buses a Valparaíso, de ahí en barco hasta Antofagasta y
luego en tren hasta Chacabuco”.
Gabriel Rivas no llegó en barco sino en avión pero una
vez en el campo de concentración compartiría con Humberto la brutal bienvenida
al desierto de Atacama. “Llegamos acá de madrugada” recuerda junto a la pequeña
pieza de adobe que fue su casa por casi un año. “Nos bajaron de los buses a
patadas, a culatazos y nos llevaron a la cancha de futbol y ahí al amanecer nos
tuvieron desnudos, nos registraron todas las cosas que traíamos, nos las
rompieron, nos dieron la bienvenida y nos explicaron las medidas de seguridad”.
Las temperaturas en el desierto son tan extremas en la
noche como en el día. Esa madrugada del 10 de noviembre de 1973 debieron de
haber habido menos de cero grados centígrados cuando el capitán del Ejército
Carlos Humberto Minoletti Arriagada llegó a la cancha de futbol de Chacabuco y
frente a los presos desnudos gritó: “¡Para escapar tienen que pasar las
alambradas electrificadas, los campos minados, las torres de vigilancia con una
ametralladora .30 y si pasan eso: el desierto!”. “Y el desierto, nos dijo,
necesita sangre” cuenta Gabriel frente a la casa 93 del pabellón 24 del campo
de concentración de prisioneros políticos de Chacabuco.
Dejar huellas en el desierto no es fácil. El fuerte
viento constantemente las borra de la arena, pero la huella del capitán
Minoletti quedó impresa en la memoria de todos los presos políticos que
sufrieron mientras él estuvo al mando del campo.
Hugo Valenzuela, por ejemplo, lo menciona mientras camina
por el mismo corredor de tierra y arena por el que entró a Chacabuco una
madrugada de noviembre del 73. “Fue el capitán Minoletti el que nos recibió,
hoy aparece en Facebook con una cara de viejito bueno. Fíjate que yo no tengo
rencor pero si lo veo en la calle no me aguanto las ganas y le escupo en la
cara porque vaya que fue cobarde el huevón, nos pegaba amarrados, nos humillaba”.
En efecto, el capitán Minoletti aparece en Facebook con
cara de viejito bueno. Dentro de una cabaña de madera el ex torturador se
sienta a la mesa. Viste un suéter a cuadros que hace juego con el mantel y come
algo que parece arroz y que acompaña con una copa de vino tinto. Sonríe. Según
una nota del semanario chileno The Clinic lleva un año y medio prófugo.
Felicitaciones Arturo, excelente primera parte (?) de un gran relato de nuestra memoria. Felicitaciones también por tu compromiso, por acompañar a estos viejos lindos y valientes.
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