***
-Pero no era que caía sangre, sino que estaba como la
mancha ¿no?-
-M’hijita, no, todavía corría el líquido-
-¿Y cómo del 73 al 78…?-
-M’hijita, donde hay 17 personas, aprisionadas,
amontonadas, donde se va filtrando… Porque ¡no! m’hijita, yo le pasé la mano y
el aceite me quedó en los dedos, o la sangre, lo que sea.
Fernando Palomino, responde a las preguntas insistentes
de los reporteros y de los curiosos. Se enfrasca en un diálogo con una joven
que parece no creer su relato de cómo encontró los primeros restos de detenidos
desaparecidos por la dictadura de Augusto Pinochet en dos hornos de cal de las
minas de Lonquén, una localidad dentro de la comuna de Talagante a las afueras
de Santiago.
Según su relato, Fernando se acercó a los dos imponentes
hornos y miró un hilito de un líquido oscuro parecido al aceite resbalando
entre las piedras. Su curiosidad lo llevó a tocar la sustancia que brotaba de
uno de los hornos, se le quedó impregnada en los dedos y su olor lo hizo sacar
un papelito, recoger un poco de líquido en él y llevárselo a su padre
“Le llevé ese papelito, papá mira. Y me dijo – esto es
olor a cadáver – Botamos todo y ahí venimos a ver y como a la semana
conversamos con una persona, un lugareño pa’ destapar los hornos, pa´romper. Y
este niño fue, le pegó unos combazos, salieron unos pedazos de ladrillo, se
abrió… olvídate. Este niño se dio media vuelta, se arrancó y nunca más supe yo
de él”.
El padre de Fernando, Inocente Palomino, daría aviso a la
Vicaría de la Solidaridad, organismo de la Iglesia católica hecho para proteger
y dar asistencia a las víctimas de la dictadura chilena. Días después la propia
Vicaría visitaría el lugar y confirmaría el hallazgo de 15 cuerpos
pertenecientes, como se confirmaría hasta 2010, a 15 habitantes de la localidad
de Isla de Maipo ubicada muy cerca de Lonquén.
El hallazgo de los hornos de Lonquén sentaría precedentes
en muchos sentidos. Por un lado sería más difícil para la dictadura seguir
diciendo que los detenidos desaparecidos o no tenían existencia legal, o estaban
en el extranjero o habían muerto en enfrentamientos. Por otro lado, la propia
dictadura en el afán de ocultar sus crímenes desató operaciones como la llamada
Retiro de Televisores, nombre clave
del proceso por el cual fueron ubicados, desenterrados y tirados al mar los
cuerpos de varios detenidos desaparecidos.
Para los familiares de los desaparecidos, si bien fue un
primer acercamiento a la verdad, el hallazgo los hizo considerar la posibilidad
de que sus familiares estuvieran muertos y sus cuerpos regados en cualquier
parte del territorio chileno.
***
Lonquén significa en el idioma del pueblo mapuche, el
mapudungún, “en lo bajo”, sin embargo, las minas de Lonquén se encuentran en lo
alto de un conjunto de cerros áridos. El sendero que lleva al lugar donde
estuvieron los hornos de cal en los que carabineros depositaron los cuerpos de
15 pobladores de Isla de Maipo está rodeado de sauces, algunos álamos, caballos
y vacas.
El viento ulula y alivia un poco el sol que deja caer sus
rayos sobre el terregoso camino que se pierde de tanto en tanto cada vez que
una camioneta levanta una nube de polvo tras de sí. Son los vehículos que suben
a la gente desde la Plaza de Armas de Lonquén hasta el memorial, donde varios
grupos musicales locales y algunos nacionales como Los Tres y Sol y Lluvia realizan
un acto musical en recuerdo de los 15 ejecutados de Isla de Maipo.
Tras dos kilómetros de subida se llega al lugar donde
estuvieron los dos hornos de cal de aproximadamente nueve metros de altura que
por cinco años albergaron los 15 cadáveres. Hoy en día el espacio que ocuparon
los hornos lo ocupan fotografías a gran escala de las víctimas. Sus rostros de
poco más de un metro reposan sobre el hueco que quedó después de que los hornos
fueran dinamitados por un particular que compró el terreno y se cansó de ver a
los familiares llegar a recordar a sus muertos año con año.
Mandó dinamitar los hornos con la esperanza de que los
familiares de las víctimas no llegaran más y 40 años después son dos mil
personas las que acuden a homenajear a los caídos.
El suelo alrededor de lo que fueran los hornos es una
alfombra de pequeños guijarros de piedra caliza que hacen resbalar los pies y
que suenan como la vertiente de un pequeño arroyo cada que alguien se acerca a
dejar un clavel rojo junto a los rostros de los 15 hombres que fueron detenidos
el siete de octubre de 1973 y nunca más regresaron a su comunidad.
Sobre los pequeños guijarros también avanzan varias filas
de hormigas negras. Cargan a cuestas diminutos trozos de empanada, enormes en
comparación a su tamaño. Las hormigas, como se sabe, pueden cargar varias veces
su peso, están asociadas al trabajo duro y constante, a la resistencia.
Corina Maureira Muñoz también ha tenido que cargar sobre
su espalda un peso que resultaría impensable para cualquiera. Carga con la
muerte de cinco familiares suyos a manos de la dictadura. Su padre y cuatro
hermanos. Carga con la injusticia y la impunidad repetidas cinco veces. Y como
las hormigas, nunca ha dejado de trabajar, primero por encontrar a sus
familiares, después por encontrar a los culpables, hoy por encontrar justicia.
“Desde el día que los detuvieron empezamos la búsqueda,
luchando día a día, buscando dónde encontrarlos, dejamos los pies en la calle,
¿dónde no anduvimos?”
Corina recuerda, a unos metros de donde fueran hallados
los restos de su padre Sergio Maureira Lillo y cuatro hermanos Rodolfo, Sergio,
Segundo y José Manuel, cómo los carabineros los detuvieron la noche del siete
de octubre de 1973.
“Los sacaron de sus respectivas casas. A mi papá le
dijeron que querían conversar con él en el retén los carabineros. Cuando fueron
a buscar a mis hermanos solteros los carabineros llegaron con malas palabras,
que si hacían algo los iban a matar ahí mismo. Los carabineros nos apagaron las
luces de la casa y nos dijeron que si salíamos nos mataban ahí, comunistas tal
por cual…”
“A mis hermanos menores que miraban les pegaban con la
carabina, a mi mamá a empujones. No querían que se fueran vestidos mis
hermanos, nosotros como pudimos les pasamos ropa. Esperamos toda la noche en
vela.”
Con lágrimas en los ojos cuenta que “nos sentimos muy
solas, no tuvimos familia, nadie se acercó a darnos ayuda, a preguntar cómo
están, ni siquiera a dejar un pedazo de pan. Pero no dejamos de luchar por
encontrarlos”.
Tendrían que pasar cinco años y cuatro meses para que,
gracias a la curiosidad de Fernando Palomino y al trabajo de la Vicaría de la
Solidaridad, Corina pudiera encontrar a su padre y a sus hermanos. Meses más
tarde en abril de 1979 los responsables, entre ellos el capitán Lautaro Castro
Mendoza y los carabineros Juan Villegas Navarro, Félix Sagredo Aravena, David
Coliqueo Fuentealba, José Belmar Sepúlveda, Jacinto Torres González, Manuel
Muñoz Rencoret y Justo Romo Peralta, fueron llevados ante la justicia.
Cuatro meses más tarde todos los responsables quedaron en
libertad por haberse acogido a la Ley de Aministía. Por eso hoy Corina dice que
no ha habido justicia y agrega que hubo civiles involucrados que señalaron a su
padre y sus hermanos ante el cuerpo de Carabineros que tampoco han pagado por
sus crímenes.
Por eso 40 años más tarde Corina sigue buscando justicia.
Aunque a diferencia de hace 40 años a la pena de la impunidad se suma “la
alegría de ver que tenemos tanta gente que nos llega a acompañar, que nos da un
saludo de amor, de cariño, eso da emoción, da alegría. Y no estamos solas
decimos ahora”.
Corina se aleja entre los guijarros de piedra caliza a
continuar el trabajo duro y la lucha como las hormigas. “Tenemos que seguir
luchando hasta que se haga justicia. Es una larga pena que va a seguir hasta
que nos muramos. Esto no se olvida jamás”.
Arturo Ilizaliturri
No hay comentarios:
Publicar un comentario