Santiago de Chile, 12 de septiembre.- “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se
detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza.” Salvador
Allende pronuncia sus últimas palabras estoico, con el traje y la banda
presidencial llenos de polvo, sentado sobre una silla en el patio central del
Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en el centro de Santiago de Chile.
Unas mil personas observan en silencio y con atención el
emblemático discurso final de Allende, aquel que pronunciara desde La Moneda
momentos antes del bombardeo. “Sepan ustedes que mucho más temprano que tarde
de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para
construir una sociedad mejor. Viva Chile, viva el pueblo, vivan los
trabajadores.”
Historias como la de Luis Emilio Recabarren González,
desaparecido desde abril de 1976 por ser militante del Partido Comunista. Un
joven que “sólo terminó sus estudios superiores cuando asume Salvador Allende y
crea los cursos especiales para que los trabajadores concluyeran sus estudios”
según cuenta su madre a través del texto que escribió para la ocasión.
A espaldas del performance, en un extremo de la explanada
central del museo se hallan vario cuadros, la mayor parte trazos infantiles y
llenos de color. Son cuadros pintados por nietos de detenidos desaparecidos que
muestran a sus abuelos de una forma completamente opuesta a la visión que el
régimen dictatorial impuso sobre ellos.
Carlos Enrique Godoy Lagarrigue, miembro de las
Juventudes Comunistas desde los 14 años, estudiante de medicina en la
Universidad de Chile, un hombre “valiente aunque un poco osado, un poco loco y
entregado para todos menos para él” según escribió su hija, Claudia Godoy, para
la actividad del museo, fue detenido el 3 de agosto de 1976.
@a_ilizaliturri

Y entre aplausos de los asistentes, el hombre
caracterizado como Salvador Allende se levanta y sale del escenario para dar
paso a un grupo de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, con un pañuelo blanco
en la mano que ocuparán algunas de las sillas vacías dispuestas al centro de la
explanada del museo invitando al público a sentarse junto a ellos para
contarles algunas historias sobre detenidos desaparecidos.
La madre de Luis Emilio cuenta mediante las voces de
quienes leen su historia en el Museo de la Memoria que cuando su hijo iba a
casarse con Nalvia, su prometida, “el problema eran los alimentos ya que los
reaccionarios los escondían con el objeto de desprestigiar a Salvador Allende”.
Sin embargo Luis Emilio tranquilizó a su madre diciendo que bastaba “una olla de
porotos (frijoles) porque la idea es que todos mis amigos y familiares estén
junto a mí y a Nalvia y sean cómplices de mi felicidad”.
“La puesta en escena tiene como objetivo conmemorar a los
detenidos desaparecidos a través de testimonios recopilados por sus hijos y
nietos. Tiene como objetivo un poco tratar de sanar y limpiar y responder la
pregunta de dónde están” dice una de las mujeres que se sumó a esta iniciativa
del museo.
Los cuadros
Alfredo Ernesto Salinas Vázquez, para la dictadura un
peligroso y subversivo miembro del Partido Comunista desaparecido desde el tres
de noviembre de 1975, fue dibujado por Amaranta Oñate de seis años vestido de
azul, con zapatos morados y agujetas verdes sobre un fondo de corazones.
Sus nietos no lo conocieron pero lo pintaron como si lo
hubieran hecho. Ignacio Enrique San Martín Godoy, de 15 años lo dibujó con su
piel morena, su barba tupida y su mirada perdida en el horizonte, tal y como
aparece en una de sus últimas fotografías. “Ni perdón ni olvido” es la frase
que enmarca el cuadro.
Así es como el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos
trata de ayudar a sanar la herida que representa para un buen número de
chilenos la dictadura militar de Augusto Pinochet. Una herida de la que a penas
a 40 años del golpe comienza a hablarse con más franqueza y que sin embargo
sigue abierta.
Ana, madre de Manuel Recabarren desaparecido el 29 de
abril de 1976 lo resume así en el escrito que preparó para ser leído en la
actividad del museo: “Estos nietos míos nunca han podido ser felices, el dolor
de ausencia ha permanecido en ellos, malditos criminales”.
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