Óscar Fuentes Fernández debió graduarse hace más de 30
años como ingeniero civil en minas pero cuando comenzaba el segundo año de la
carrera en la Universidad Técnica del Estado (UTE), hoy Universidad de Santiago
(USACH), un grupo de militares comandado por Augusto Pinochet y apoyados por el
gobierno de los Estados Unidos dieron un golpe militar e impusieron una
dictadura que le costó la vida a él y a miles de chilenos más.
Al igual que Óscar, Hugo Ríos Videla no pudo graduarse
como ingeniero mecánico hace más de tres
décadas pero el viernes seis de septiembre en un acto organizado por la USACH su esposa,
Teresa Izquierdo, acudió en su representación y junto a familiares de otros 37
estudiantes desaparecidos y ejecutados recibió el título “en gracia” de manos
del rector Juan Manuel Zolezzi.
“Es un evento curioso porque si él estuviera acá tendría
60 años, él tenía 21. Me parece bueno pero yo no puedo dejar de pensar que
habría sido mucho mejor que él estuviera recibiendo su propio título y no su
esposa” responde Teresa, sentada en una de las butacas del aula magna de la
USACH reservadas para los familiares de los graduandos como en cualquier otra
ceremonia de titulación.
Como en todas las graduaciones padres, madres, abuelos,
hermanos y amigos ocupan el recinto y elegantemente vestidos platican,
intercambian abrazos y saludos, lucen orgullosos de sus jóvenes. Víctor
Fuentes, por ejemplo, platica sobre el gran desempeño de Óscar en la
universidad. “Él era muy inteligente, sabía mucho, yo nunca lo vi estudiar,
solamente estudiaba a las cinco de la mañana antes de irse a la universidad y
le quedaba todo como grabadito aquí en su cabecita y después salía todo bien,
era extraordinario para las matemáticas”.
Pero a escasos minutos de que comience la ceremonia ya se
puede notar la diferencia entre ésta y demás graduaciones. Los únicos rostros
jóvenes descansan en el regazo de sus padres o parejas. Son fotografías en
blanco y negro colgadas del cuello o pequeñas pancartas a color sostenidas con
las manos. Son también las primeras lágrimas y los primeros sollozos.
La carga emotiva del evento crece conforme tienen lugar
los discursos de autoridades universitarias y representantes de organizaciones
sociales y estudiantiles. Emilio Daroch, presidente de la corporación
solidaridad UTE-USACH recordó que “Allende quería a esta universidad. No fue
raro que fuera bombardeada, asaltada a punta de metralleta contra un puñado de
mujeres y hombres desarmados”.
Juan Manuel Zolezzi, rector de la Universidad de
Santiago, sube al estrado. “Esta es una ceremonia que nunca me hubiera gustado
presidir y que nunca debió haber sido necesaria” señala.
“En esta ocasión reivindicamos el buen nombre de nuestras
víctimas, entregándoles aquello por lo que ingresaron a la Universidad Técnica
del Estado o a la Universidad de Santiago de Chile, el título universitario que
habrían obtenido de no haber mediado la pérdida de sus vidas por defender sus
ideales y que en este caso se les concede en gracia, de forma póstuma y
simbólica” subraya el rector ante un repleto auditorio que aplaude sus palabras
y después se emociona con la interpretación de “Gracias a la Vida” por el coro
universitario.
Treinta y nueve estudiantes de la USACH portan una flor
de cristal cada uno en representación de sus compañeros caídos, aquellos a los
que la dictadura les impidió conocer. “Nos arrebataron la oportunidad de
compartir, amar y caminar junto a estos estudiantes” dijo Camila Carrasco,
vicepresidenta de la Federación Estudiantil de la Universidad de Santiago.
El momento cumbre de la ceremonia llega cuando los
familiares tienen que subir al estrado a recibir de manos del rector el
documento que acredita la titulación de sus hijos, parejas, padres, hermanos o
amigos ejecutados o desaparecidos.
A esta hora del acto la ausencia se hace evidente. Los
familiares saben que sus jóvenes no subirán al escuchar su nombre, no recibirán
su título, no recibirán aplausos ni flores y no regresarán con ellos para
abrazarlos y mostrarles el merecido premio a cuatro o cinco años de estudio.
Los familiares saben que son ellos los que tienen que
subir al estrado. Y lo hacen, sin embargo, no con ánimo de duelo sino con
alegría. Amanda, la madre de Leopoldo Muñoz, sube y mantiene en todo lo alto el
título de ingeniero en construcción civil que su hijo debió haberle llevado a
casa hace más de 30 años.
La familia de Carlos Julio Santibáñez Romero posa para
los fotógrafos, título en mano y con el puño en alto, con una sonrisa que
revela la satisfacción de tener entre sus manos el aval como ingeniero
eléctrico que Carlos habría obtenido por sí mismo, sin ningún problema. “Terminó
su enseñanza básica y media con todos los diplomas de honor” se lee en su
semblanza proyectada en el Aula Magna de la USACH.
Al final se trató de un acto de triunfo. Las expresiones
eran de satisfacción, con evidente nostalgia, pero con la sensación de haber
cerrado un ciclo, de haberle arrancado algo a la dictadura, algo que les fue
negado a las víctimas por décadas y que hoy, a 40 años del golpe militar,
recuperan sus familiares.
Nelly Berenguer, esposa de José Manuel Ramírez Rosales
detenido desaparecido desde el 27 de julio de 1974, lo resumió así: “hermosa
reparación es la que entrega hoy la USACH, ex UTE, a nuestros familiares, pues
estos títulos póstumos permiten cerrar al menos uno de los que fueron sus
proyectos de vida, estudiar y ser profesionales”.
Para Roxana, hermana de Enrique Hernán Reyes Manríquez,
estudiante de ingeniería mecánica de la UTE hasta el día del golpe de estado y
asesinado por la policía de la dictadura en 1982, “el acto fue precioso, lo
vamos a llevar siempre en nuestro corazón pensando en que nuestro hermano y sus
compañeros pueden estar muy agradecidos de que su universidad les da una vuelta
de mano, así como ellos se la jugaron por su universidad”.
La titulación póstuma de 39 estudiantes de la Universidad
Técnica del Estado y la Universidad de Santiago de Chile no es, ni de cerca, la
victoria final para sus familiares pero sí, una batalla ganada contra la
dictadura y su faceta más detestable: la desaparición forzada.
Haber derrotado por lo menos un poquito a este crimen
atroz debe ser motivo de orgullo para familiares y autoridades universitarias.
No es poca cosa. Como señaló Nelly Berenguer en su discurso a nombre de los
familiares de estudiantes detenidos desaparecidos “la desaparición forzada es
el más cruel de los crímenes que se puede cometer contra las personas pues
mantiene en pausa, pendiente, en constante espera sus vidas y la de sus
familias. Las convierte en un círculo sin cerrar. Las transforma en un duelo
permanente. Por ello, pese a que han pasado 40 años insistimos majaderamente en
la recuperación de la memoria”.
@a_ilizaliturri
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