La marcha solemne por los 49 niños que murieron en la guardería ABC
Por Arturo Ilizaliturri
Los 49 niños que murieron en Hermosillo, Sonora
el 5 de junio de 2009 vinieron a marchar a la ciudad de México. Vinieron Daniel
Rafael en su carrito, Aquiles Dreneth con un poco de sueño, Yeseli Nahomi
disfrazada de conejo. Llegaron Jesús Antonio y Valeria con gorros de navidad y
Juan Carlos con uno como de cumpleaños. Estuvieron por aquí Ariadna con sus
ojos bien abiertos, Yeyé chupando una paleta y Emilia, desde luego, vestida de
catarina.
Andrés Alonso, Denisse Alejandra y Fátima con
sus sonrisas traviesas. Santiago con una playera de basketball, Ana Paula con
un moño y Andrea Nicole con la cara maquillada como conejo. También Carlos
Alán, dibujado como un bebé que duerme entre las manos de su padre. De él no
hay fotografía porque su papá, Luis Carlos Santos no ha podido abrir el álbum
de su hijo desde que él murió en el incendio de la guardería ABC hace cinco
años. Los 49 niños recorrieron Reforma, Juárez y Cinco de mayo en una marcha
solemne, en su memoria, cuyo riguroso silencio fue un grito sobrecogedor en
pleno corazón de la patria.
Abraham Fraijo Razcón, padre de Emilia,
encabezó la solemne caminata que, al paso fúnebre marcado por un tambor y una
paleta, recorrió las principales calles del centro. Venía más que encabronado,
como dijo sobre el templete que se instaló en el Zócalo. “Desde que salimos del
Ángel no podía evitar la rabia, el coraje, la impotencia. A mí todavía me duele
un chingo la ausencia de mi hija. Me da mucho coraje cada vez que me acuerdo
que truncaron su vida.”
Cuando Abraham llegó al Zócalo y subió al
templete, minutos antes de tomar el micrófono y dirigirse al contingente que lo
acompañó durante su caminata recibió la visita de una catarina. Se posó en su
mano y voló. “La última onda que Emilia agarró fueron las catarinas” contó
después.
El día de la fiesta de primavera en la
guardería ABC Emilia llegó muy emocionada a su casa porque había sido la única
catarina. Hubo muchos cocodrilos, muchos perritos, muchos conejos pero sólo una
catarina: ella. Su último cumpleaños, el 23 de marzo de 2009, también lo pasó
vestida de naranja y manchas negras. Sólo le pudieron quitar el traje cuando
rompió las mallas y se le perdieron las antenas. “Hace unos momentos llegó una
catarina hasta aquí” dijo Abraham desde el templete en el que denunció la
muerte de su hija ante unas 400 personas.
Estela y Julio fueron los primeros en subir al
templete y desde ahí ella habló como tal vez no lo había hecho desde que salió
de los distintos hospitales psiquiátricos en los que estuvo internada después
del shock que le ocasionara la muerte de su hijo. “Porque estaba loca de dolor
¡Aún estoy loca de dolor!” explicó Estela, con la voz entrecortada pero sin
quebrarse.
Y cómo no bordear el límite entre la locura y
la razón si el niño que durmió un año y medio en su pecho debido al reflujo con
que nació le fue arrebatado por la negligencia del estado mexicano. Estela
confió en el IMSS. Pensó que lo único que tenía que vigilar era el trato que le
daban las educadoras. “Confié en que las autoridades hacían su trabajo”.
Jamás se imaginó que las autoridades del IMSS
no hacían su trabajo y autorizaron que una bodega con material inflamable en el
techo fuera utilizada como guardería. Nunca pensó en que las autoridades de
Protección Civil de Hermosillo serían tan omisas como para no hacer caso a los
señalamientos de algunas trabajadoras de la estancia sobre la lona que podría
caer en llamas de presentarse un incendio, como sucedió. No le pasó por la
cabeza a Estela que los socios de la guardería serían tan irresponsables como
para no cumplir con las recomendaciones que, desde 2005, les fueran hechas por
la jefatura de Prestaciones Económicas y Sociales de la delegación del IMSS en
Sonora. Entre ellas, colocar puertas adecuadas en las salidas de emergencia,
sustituir el material combustible del techo y colocar material aislante en el
mismo lugar. Estela Báez y los 48 padres y madres que perdieron a sus hijos en
la guardería ABC confiaron en las autoridades y éstas les respondieron con la
muerte de sus niños.
Los 49 niños que murieron en Hermosillo, Sonora
el 5 de junio de 2009 vinieron a marchar a la ciudad de México. Vinieron y nos
miraron directo a los ojos. A nosotros. A quienes les hemos permitido a los
culpables no sólo vivir tranquilos sino tener mejores puestos, “dormir como
bebés” como dijera Eduardo Bours, ex gobernador de Sonora y quien sigue viendo
crecer la fortuna familiar con guarderías del IMSS: 75 millones de pesos al año
gracias a nueve estancias infantiles.
Vinieron y generaron distintas reacciones: un
automovilista se topó con el cerco policial que protegía el paso de la marcha,
se enfureció, estiró su cuello hasta sacarlo del auto y gritó “pinches mugrosos
pónganse a trabajar”. Un hombre de edad avanzada, con una barba cana a medio rasurar
se paró en la banqueta de Paseo de la Reforma durante varios minutos. No dijo
una sola palabra, sólo sostuvo en alto un cartel que decía “Por mis nietos y
bisnietos. Estamos con ustedes.”
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