María Herrera se unió al Movimiento por la Paz después de que cuatro de sus hijos desaparecieron. |
Texto y fotografías: Arturo Ilizaliturri
Doña María Herrera tiene una
sola expresión en el rostro. Sólo los que mejor la conocen saben si sus cejas
siempre han estado tensas como arco, si su ceño nació fruncido, con pliegues de
acordeón, y si las marcas de sus pómulos siempre han sido tan profundas, o si
esa expresión le salió el 28 de agosto de 2008, día en el que desaparecieron
dos de sus hijos, Jesús Salvador y Raúl, o si fue el 22 de septiembre de 2010
cuando a otros dos hijos suyos, Gustavo y Luis Armando, se los tragó la
tierra.
Ella conserva ese mismo
semblante, triste sin lugar a dudas, para dar rienda suelta a su rabia y exigir
al gobierno la aparición con vida de sus hijos, para hablar con amabilidad y
ternura de su descendencia borrada de la faz de la tierra y hasta para
enfrentar con dignidad las humillaciones de las autoridades, como tuvo que
hacerlo el pasado 27 de marzo frente la Estela de Luz durante la conmemoración
del tercer aniversario del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad
(MPJD).
Justo cuando varios
familiares de víctimas de la violencia comenzaban a colocar placas de metal con
los nombres de sus desaparecidos o ejecutados, policías que resguardaban la
Estela de Luz le advirtieron a doña María Herrera y a los demás integrantes del
MPJD que “no podíamos hacer eso, que estábamos dañando el patrimonio de la
Nación”. “Yo les decía –cuenta María– y a lo que han estado haciendo con
nosotros cómo víctimas ¿cómo pueden llamarle? Ese es un daño irreparable”.
Familiar de Esteban Morales, policía desaparecido, carga su placa. |
Pero a los padres, madres,
hermanos o hijos de personas arrancadas de sus hogares por la violencia poco
les importaron los regaños de la policía. Entre nubes de polvo, un apretujado
grupo de personas agachadas en el piso se entrega a distintas labores. Unas
limpian con esmero y un par de trapos el pedazo de suelo en el que fijarán la
placa. Otras embadurnan el rectángulo metálico con silicón blanco mientras
Julián Le Barón, uno de los fundadores del MPJD, ayuda a taladrar el piso de la
explanada.
Una voluta de humo señala el
lugar desde el que Julián Le Barón o sus compañeros hacen agujeros en el piso,
el olor a cemento y silicón impregna el ambiente y el traqueteo de los taladros
arranca de los oídos la voz tenue de Víctor Jara que trata de salir desde un
par de bocinas. La escena pertenece más a una obra vial que a una movilización.
Pero los integrantes del
MPJD también saben de construcción. Llevan tres años recogiendo los escombros
de hogares destruidos por la violencia, resanando los agujeros de bala en
paredes y corazones, reparando las grietas de ciudades bombardeadas por el
miedo, colocando los cimientos de un país con dignidad.
“Yo le debo la vida al
movimiento” dice María Herrera mientras ayuda a prender las veladoras que se
colocan frente a cada una de las placas, iluminándolas. “Cuando llega el
Movimiento por la Paz y me adhiero a él ya tenía yo tres meses que no quería
dormir, ni comer, ni nada… me quería morir”. Han pasado tres años desde que una amiga le
dijo que por ahí andaba un poeta exigiendo justicia, que se le acercara. Hoy
doña María es una miembro activa del movimiento.
Varios integrantes del
Movimiento por la Paz concuerdan en que es mejor caminar acompañados. Margarita
Santizo Martínez, madre de Esteban Morales Santizo policía federal desaparecido
desde el tres de diciembre de 2009, afirma que sumarse al movimiento le abrió
las puertas en la búsqueda de su hijo. “Antes me cerraban las puertas porque
andaba yo sola, pero ahora que ando con ellos me dan atención aunque sean puras
mentiras lo que me dicen”.
Pero así como a María
Herrera, Margarita Santizo y a los demás familiares el movimiento les ha
regresado la vida, hay a quienes la búsqueda de sus familiares les ha dado la
muerte. De ello da fe una de las placas colocadas en la explanada de la Estela
de Luz, hoy renombrada como Estela de Paz por el MPJD. Nepomuceno Moreno,
hombre sonorense de 56 años se sumó al movimiento buscando a su hijo Jorge
Mario que desapareció en julio de 2010. Después de denunciar, incluso en
persona con el ex presidente Felipe Calderón, las amenazas de muerte de que era
objeto fue asesinado el 28 de noviembre de 2011.
Y es que salir a buscar a un
desaparecido no es cosa fácil. El testimonio de María Herrera no deja lugar a
dudas. El 28 de agosto de 2008 dos de sus siete hijos, Jesús Salvador y Raúl,
salieron de Pajacuarán, Michoacán junto a cinco compañeros que trabajaban con
ellos comprando y vendiendo pedacería de oro. Cruzaban Guerrero y al llegar al
poblado de Atoyac de Álvarez desaparecieron. “A partir de ahí, sentimos que nos
cayó una tromba en nuestro hogar”.
Dos años después los
recursos económicos se acabaron. Había que volver a juntar dinero para buscar a
Jesús Salvador y a Raúl. Es por eso que otros dos hijos de doña María, Gustavo
y Luis Armando, deciden volver al negocio de la compraventa de oro aunque ello
implique salir otra vez de Michoacán y exponerse al peligro. El 22 de
septiembre de 2010 Gustavo y Luis Armando recién atravesaron Puebla y llegan al
municipio de Vega de la Torre, Veracruz. Los paran en un retén militar por
traer placas de Michoacán y desaparecen. Tampoco hay rastro de Gabriel Melo ni
de Jaime López, acompañantes de los hijos de María.
“A partir de ahí pensé en
dejarme morir” continúa con voz entrecortada doña María Herrera quien había
tocado ya todas las puertas posibles. Las autoridades nunca le hicieron caso,
también la ignoraron la señora Wallace, Nelson Vargas, Alejandro Martí y hasta
Rosario Ibarra de Piedra. Por eso para cuando escuchó hablar del poeta los tres
hijos que aun están con ella le dijeron “¿qué te ganas con ir con esta persona?
no va a hacer nada”. Pero doña María dice que el movimiento le devolvió la
fuerza para seguir buscando a sus hijos.
Hoy, a tres años del
surgimiento del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, doña María
mantiene viva la esperanza y tiene tanta fe en volver a encontrarse con sus
hijos que, para tranquilidad de los policías que la regañaron diciéndole que
colocar las placas en la Estela de Luz era un “daño a la nación”, dice lo
siguiente: “en cuanto a nuestros hijos nos los entreguen, ellos mismos vendrán
a recoger sus placas y regresaremos el espacio”.
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